Este es un tema caliente del cual se habla mucho y se informa muy poco, todos los medios de comunicación, hablan del titular pero pocos informan de que se trata, y es que claro con el lobby que tienen los mercaderes de la salud en EEUU, es mejor para ellos que la mayoria no se entere bien del tema, sin embargo este articulo escrito por el columnista Manuel Rodriguez C. describe de forma sencilla y clara sobre este asunto, asi que alli os dejo para que se enteren y saquen Ustedes sus propias conclusiones:
Marcela Serrano en la novela Lo que está en mi corazón narra la muerte del abuelo de Paulina, ambos indígenas de San Cristóbal de Casas (Chiapas), debido a una leishmaniasis que no pudo ser detenida porque su familia no tenía recursos para comprar un remedio de costo accesible . “Paulina no quiso saber nunca más de tanta miseria y juró que nunca más le sucedería a su gente morirse de una enfermedad no mortal por falta de medicinas”.
El drama de Paulina, con otras connotaciones, está presente en la vida cotidiana de cerca de 50 millones de norteamericanos que no tienen acceso al sistema de salud. Y la misma indignación que en la novela mueve a Paulina a luchar para que nadie muera por falta de atención médica, ha motivado al pre-sidente Barack Obama para liderar la lucha para impulsar la reforma de la salud e instaurar un sistema sanitario de atención y cobertura universal, que incluya a los excluidos.
En EEUU la asistencia de salud se sustenta en los seguros privados o a cargo de las empresas, que cubren al 65% de las personas en edad de trabajar. Sin embargo, los hospitales, mayoritariamente privados, están obligados a atender por ley en servicios de urgencia a quienes no tienen seguro. Estas prestaciones las pagan las aseguradoras en un 50% y el Estado cubre la otra mitad. De manera paralela al seguro privado, el Estado asume la asistencia sanitaria de sectores vulnerables de la población: las personas sin recursos tienen la cobertura estatal de Medicaid; los jubilados y los discapacitados son atendidos por Medicare; y, existen otros programas para los niños, los militares y los veteranos. Pero quedan cincuenta millones sin derecho a la salud.
La propuesta de Obama es universalizar la salud para que no “haya un solo americano que no tenga acceso a la atención y para que nunca más un ciudadano quiebre por atender su salud”. Reposa en dos columnas. Por un lado, la creación de una Bolsa Nacional de Salud (National Health Exchange), que incluiría la creación de una nueva entidad pública de seguro médico, para ofrecer a los trabajadores en actividad y a sus familias, una cobertura similar a la que tienen los miembros del Congreso, con costes bajos, y con subsidios para los que no puedan pagarlos y no sean lo suficientemente pobres como para tener derecho a MEDICAID (el seguro de los pobres). Una aseguradora estatal que compita con las privadas. Por otro, todos los niños tendrían seguro y las empresas asumirían la obligación de contribuir al seguro médico, bien asegurando a sus empleados o cotizando un porcentaje de sus costes de personal al nuevo seguro público integrado en el National Health Exchange.
Contra la reforma se han alzado los republicanos, y los dueños del negocio de la salud. A ellos se suman sectores demócratas indecisos y consumidores que gozan del seguro de las empresas y piensan que perderán la calidad de sus coberturas. Los republicanos han hecho de la reforma la punta de lanza de una ofensiva “decisiva” contra Obama. La violencia verbal y la estrategia del miedo se han echado a rodar con mucho financiamiento y contenidos violentamente ofensivos.
El Congreso es el campo de la batalla final. Sus resultados parecen aún poco predecibles.
Marcela Serrano en la novela Lo que está en mi corazón narra la muerte del abuelo de Paulina, ambos indígenas de San Cristóbal de Casas (Chiapas), debido a una leishmaniasis que no pudo ser detenida porque su familia no tenía recursos para comprar un remedio de costo accesible . “Paulina no quiso saber nunca más de tanta miseria y juró que nunca más le sucedería a su gente morirse de una enfermedad no mortal por falta de medicinas”.
El drama de Paulina, con otras connotaciones, está presente en la vida cotidiana de cerca de 50 millones de norteamericanos que no tienen acceso al sistema de salud. Y la misma indignación que en la novela mueve a Paulina a luchar para que nadie muera por falta de atención médica, ha motivado al pre-sidente Barack Obama para liderar la lucha para impulsar la reforma de la salud e instaurar un sistema sanitario de atención y cobertura universal, que incluya a los excluidos.
En EEUU la asistencia de salud se sustenta en los seguros privados o a cargo de las empresas, que cubren al 65% de las personas en edad de trabajar. Sin embargo, los hospitales, mayoritariamente privados, están obligados a atender por ley en servicios de urgencia a quienes no tienen seguro. Estas prestaciones las pagan las aseguradoras en un 50% y el Estado cubre la otra mitad. De manera paralela al seguro privado, el Estado asume la asistencia sanitaria de sectores vulnerables de la población: las personas sin recursos tienen la cobertura estatal de Medicaid; los jubilados y los discapacitados son atendidos por Medicare; y, existen otros programas para los niños, los militares y los veteranos. Pero quedan cincuenta millones sin derecho a la salud.
La propuesta de Obama es universalizar la salud para que no “haya un solo americano que no tenga acceso a la atención y para que nunca más un ciudadano quiebre por atender su salud”. Reposa en dos columnas. Por un lado, la creación de una Bolsa Nacional de Salud (National Health Exchange), que incluiría la creación de una nueva entidad pública de seguro médico, para ofrecer a los trabajadores en actividad y a sus familias, una cobertura similar a la que tienen los miembros del Congreso, con costes bajos, y con subsidios para los que no puedan pagarlos y no sean lo suficientemente pobres como para tener derecho a MEDICAID (el seguro de los pobres). Una aseguradora estatal que compita con las privadas. Por otro, todos los niños tendrían seguro y las empresas asumirían la obligación de contribuir al seguro médico, bien asegurando a sus empleados o cotizando un porcentaje de sus costes de personal al nuevo seguro público integrado en el National Health Exchange.
Contra la reforma se han alzado los republicanos, y los dueños del negocio de la salud. A ellos se suman sectores demócratas indecisos y consumidores que gozan del seguro de las empresas y piensan que perderán la calidad de sus coberturas. Los republicanos han hecho de la reforma la punta de lanza de una ofensiva “decisiva” contra Obama. La violencia verbal y la estrategia del miedo se han echado a rodar con mucho financiamiento y contenidos violentamente ofensivos.
El Congreso es el campo de la batalla final. Sus resultados parecen aún poco predecibles.
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